Pese al fuerte consenso mundial sobre la necesidad de fortalecer los sistemas de salud, no hay un marco establecido para ello en los países en desarrollo, ni una fórmula para aplicar o un paquete de intervenciones para realizar . Muchos sistemas de salud simplemente carecen de capacidad para medir o entender sus propias debilidades y limitaciones, lo que priva a los formuladores de políticas de ideas científicamente sólidas sobre lo que pueden y deben realmente fortalecer . En esos sistemas carentes de planificación y mal comprendidos, las intervenciones, aun las más sencillas, a menudo no consiguen sus objetivos. Esto no se debe necesariamente a una falla intrínseca de la intervención sino más bien al comportamiento por lo general impredecible del sistema en que se realiza. Cada intervención, desde la más sencilla hasta la más compleja, tiene un efecto en todo el sistema, y todo el sistema tiene un efecto en cada intervención.
Para comprender y valorar las relaciones que se dan dentro de los sistemas, en varios proyectos recientes se ha adoptado el pensamiento sistémico a fin de abordar complejos problemas y factores de riesgo sanitarios, en relación con el control del tabaco, la obesidad y la tuberculosis. En un ámbito más amplio, empero, el pensamiento sistémico tiene grandes posibilidades aún no explotadas; en primer lugar , para desentrañar la complejidad de todo un sistema sanitario, y luego para aplicar ese conocimiento en el diseño y la evaluación de intervenciones que permitan aumentar el grado de salud y la equidad sanitaria. El pensamiento sistémico puede proporcionar un medio para actuar con más acierto y eficacia en las complejas circunstancias concretas. Puede abrir vías muy útiles para determinar y resolver los problemas de los sistemas de salud, y como tal es un ingrediente imprescindible de cualquier acción encaminada al fortalecimiento de esos sistemas.
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